Un aporte valioso de la psicología budista es la idea de que el dolor emocional se cura si hay sentimientos. Con sentimientos, se refiere a toda la variedad de experiencias sensibles que ocurren en el cuerpo en un nivel sutil y energético. El dolor se alivia si hay contacto con esa experiencia directa en el cuerpo.
Del psicoanálisis yo aprendí -tanto como alumna de la facultad, en cursos de postgrado y como paciente de diván- que los síntomas neuróticos derivados de la represión se curaban pensando y hablando. En un tiempo en el que era una psicóloga (y una persona) muy mental y desconectada afectivamente creí que así como la medicina curaba con remedios, la psicología curaba con palabras y pensamientos.
En mi búsqueda de caminos personales y profesionales di con la preciosa Psicología Gestalt y de allí vinieron años de Retiros de meditación poblados de trabajos corporales como el movimiento expresivo, el movimiento auténtico, el teatro terapéutico y el Kum Nye Yoga que me permitieron tomar contacto con el mundo y la naturaleza del sentir.
Si el dolor se expresa solo por vía del pensar y del hablar, la desconexión afectiva y los síntomas neuróticos, en general continúan y nada cambia. Las preocupaciones, el miedo y las sensaciones de inseguridad aumentan, especialmente si no hay sentimientos o experiencias sensibles en el cuerpo.
Podemos tener ideas acerca de las injusticias que hemos sufrido, o de cómo nos hicieron victimas de algo, o de cómo deberían haber sido las cosas en nuestra familia. Pero éstas son sólo ideas, y al decirlas y pensarlas una y otra vez por cientos de miles de veces creamos una dureza, una sólida y a la vez engañosa sensación de entender algo. Pero si nada cambia podemos estar seguros de que entendimos muy poco.
Los pensamientos y los sentimientos son dos cosas totalmente diferentes, tan diferentes como la tierra y el aire, el día y la noche, o una mujer y un hombre.
Al alimentar pensamientos con más pensamientos, fabricamos una dura caparazón en el cuerpo. Cuando el cuerpo se endurece y se bloquea - literalmente los músculos y tendones lo hacen- más difícil será que aparezca el sentir, y es justamente para eso que lo hacemos. Frenamos el dolor emocional, e impedidos de sentirlo también nos incapacitamos para sentir el placer, o la alegría natural de estar vivos. Al endurecernos se anestesia todo lo malo y todo lo bueno. Se anestesia el vivir.
¿Cómo curar de verdad el dolor emocional? Todas las formas de expresión humana son también caminos curativos. La danza, el canto, la pintura, la escritura… la meditación también. Y la terapia, ¿para qué sirve entonces? Cuando contamos con un tiempo y un espacio para hablar, reflexionar y sentir nuestra experiencia con las cosas que nos afectan, ablandamos y suavizamos esa defensa protectora que automáticamente hacemos en el cuerpo y en la mente contra el dolor.
Si llevamos una carga muy pesada de viejas situaciones sin resolver o elaborar –como decimos los psicólogos- se nos juntan toneladas de pasado en forma de defensas, bloqueos, contracciones, y patrones mentales limitantes que nos cercan como en una especie de prisión interior. Nos sentimos angustiados y aislados o deprimidos.
Necesitamos hablar sobre nuestra experiencia y también sentirla. Esto es difícil, ya que cuando hablamos solemos ‘irnos a la cabeza’ y desconectarnos de lo afectivo y sensible. En lo cotidiano vivimos situaciones de las que podemos hablar mucho, pero en general sentir muy poco. Entonces ¿qué pasa cuando movemos el cuerpo bailando, corriendo o haciendo yoga? El cuerpo se mueve y muchas tensiones se alivian. Y si hacemos alguna práctica meditativa, puede que aprendamos a ‘desidentificarnos*’ de nuestras percepciones. Pero no alcanza. Mover el cuerpo y/o meditar no siempre alcanzan como terapias.
¿Cómo aprender a integrar el hablar, el pensar y el sentir de nuestra experiencia emotiva cotidiana?
Supongamos que tenemos un trabajo que no nos gusta y que solo conservamos porque necesitamos vivir de algo, o simplemente (o no tan simplemente) estructurar nuestro tiempo. Al salir del trabajo y con una frecuencia de tres veces por semana nos calzamos el equipo deportivo y corremos o caminamos durante 1 hora. ¡Genial!. Si te gusta, eso ayuda, y mucho. Pero para la mayoría de los mortales eso no es suficiente en el largo plazo, ya que hay alguien – llamémoslo Si Mismo- que acumula frustraciones y se resigna. Ese alguien sólo se siente esperanzado en relación a sus próximas vacaciones, o a su fin de semana o a su próxima compra de tecnología.
Un Si Mismo esperando. Que hoy no vive. No hay mucho que le interese. Solo le interesa mañana. En lo cotidiano está como ‘muerto’: no siente nada.
Es probable que cada tanto el Si Mismo de nuestro empleado frustrado tenga intensas explosiones de enojo. Y ese enojo puede tener muchas explicaciones justificadas: que su jefe es un explotador, o que las reuniones o los informes que le obligan a hacer son una pérdida de tiempo, o que la inflación crece al triple que su sueldo.
¿Cómo llega a la terapia esta persona? Probablemente consulte por problemas de pareja, o se asuste porque en el último análisis el colesterol le salió mal, a pesar de su intensa actividad física y su dieta estricta. Y el clínico le diga que su problema es emocional.
¿Qué quiere decir esto? Correr, bailar, golpear almohadones, o hacer boxeo tendrán el efecto de una buena catarsis. Pero con la catarsis no alcanza. Ya que cuando la catarsis termina, aunque haya alivio la persona no sabrá como volver a sentir alivio sin usar la catarsis nuevamente. Y tampoco sabrá cómo seguir adelante con una vida más satisfactoria.
¿Cómo se ayuda a una persona a conectar con su sentir, entonces?
Aquí es cuando la terapia cumple su rol más valioso. ¿Cómo? Una manera es que el paciente se contacte por ejemplo, con el enojo. Que lo sienta, lo respire, lo toque, lo abrace, lo expanda, lo quiera. Que haga un vínculo con el enojo, un vínculo como el que tiene con cualquier otra persona en su vida. Quizás pueda decirle: “Hola enojo, te veo, entiendo que te sientas así, estamos juntos en esta, necesito conocerte más”.
Otra manera es traer a la memoria una escena del enojo. Ver quienes están en la escena y permitir que eso se despliegue durante varios minutos. Luego soltar todas las imágenes y permanecer sólo con la energía de las sensaciones. Puede que el enojo se sienta como pura energía moviéndose, puro sentir. Calor como de volcán, o sensaciones de electricidad en los brazos, o un dolor de cabeza intenso…. No hay una manera correcta de sentirlo.
Cuando soltamos las imágenes y las palabras, y permanecemos en contacto con la experiencia en el cuerpo, podemos sentir la energía pura del enojo. Con la guía de un terapeuta experimentado, el enojo pierde su agarre y se aliviana. Es que al sentirlo, eso que nos hace sufrir circula, y al circular se mezcla, pierde densidad, se aliviana distribuyéndose por todo el cuerpo y quizás por afuera del cuerpo también.-------------------------------------------------------------------------------------------------------------
*Desidentificación: Así se llama al proceso por el cual en vez de creernos (identificarnos con) todo lo que pensamos acerca de lo que NOS pasa, observamos la corriente de pensamientos y opiniones como algo más neutro. Sin creérnosla. La observamos siendo testigos de esa corriente de energía mental a la que no necesitamos responder. Esto es ciertamente aliviador para la presión que usualmente ejercemos sobre nuestro sistema perceptual y psico-emocional.
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