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¿Por qué ser normal si podés ser feliz?


Hoy tuve una clase de Yoga Tibetano (Kum Nye) fuera de lo común, ya que muchas de las instrucciones eran invitaciones a salirnos del modo ‘normal’ en el que hacemos las cosas. Por ejemplo: para un ejercicio había que entrelazar las manos por detrás de la espalda, y entonces el pulgar izquierdo que uno siempre pone arriba – al menos yo lo pongo así- debía ir por debajo. Parece mentira como un simple cambio físico dispara tantas sensaciones: ¡a mí me parecía que me faltaba un dedo!

Así empezaban casi todos los ejercicios: de pié crucen una pierna delante de la otra, y ahora háganlo al revés. Y el ejercicio se iniciaba por el lado al que tu cuerpo más se resiste, el lado menos habitual y más incómodo. ¿Qué necesidad?- solemos decir. El desafío más grande fue sentarnos con las piernas cruzadas en loto, pero poniendo por delante la pierna que soles poner por detrás.

¿Para qué necesitamos complicarnos?, decimos al querer mantenernos a toda costa en la así llamada zona de confort, de chatura, de comodidad, de rutina, de hábito, de statu quo y automatismo. Una cosa es simplificar algo que no necesita complicarse, y otra muy distinta es estar en automático. Una cabeza con su cuerpo viviendo lejos.

“¿Por qué ser feliz, si puedes ser normal?” En el medio de la clase me vino el título del libro de Jeanette Winterson, en el que ella cuenta lo que le dijo su madre adoptiva a los 16 años al enterarse que se había enamorado de una amiga. Pensar el nombre del libro al revés, puso el acento en la palabra normal: ¿Por qué ser normal, si podés ser feliz?

¿Cómo es esto de que salir del hábito puede ser un buen entrenamiento hacia la felicidad? Bueno, todo depende de a qué llamás normal, y a qué feliz. En lo inmediato yo no sentí felicidad con los ejercicios, sino resistencia. Igual debo reconocer que en la meditación final de la clase me sentí en calma en mi cuerpo, clara en la cabeza y en paz con todo. Feliz también de haberlo tolerado y de que la clase terminara. ..

El diccionario de la Real Academia Española, define normal así: “dicho de una cosa que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano”. Y felicidad: “estado de ánimo de la persona que se encuentra plenamente satisfecha al tener lo que desea o al disfrutar de una cosa buena”. Habría que buscar también el significado de buena… Es decir que según estas definiciones, felicidad es tener lo que uno quiere y normal es lo que se ajusta a ciertas normas. Salirse de la norma no sería feliz, para la Real Academia.

Pero la psicología budista va por otros carriles y dice que estamos todo el tiempo queriendo algo, o no queriendo algo, y que los resultados de esto son sufrimiento. Hay gran energía dedicada a empujar y controlar los asuntos de la vida, para que sean como queremos, y que no sean como no queremos. Pero como la naturaleza de la realidad, es que las cosas cambian, y que todo cambia todo el tiempo, las estrategias y artimañas para estirar las buenas experiencias y repeler las malas, nos vuelven rígidos y limitados a una vida dentro de un espacio muy chiquito. Cuando estamos fuera de sintonía con los movimientos que la vida trae, tratando de manipular o controlar, la mente y el cuerpo sufren: obsesiones y enojos para la mente; contracturas y dolores para el cuerpo. Estrés o neura como le decimos en Occidente.

Es decir que mi enojo con no poder entrelazar las manos a mi modo es un ejercicio fabuloso para:

-Desactivar el automático

-Llevar más conciencia al cuerpo

-Ablandar la resistencia al cambio

-Sintonizar con la naturaleza de la realidad

-Crear más espacio en la mente

-Preguntarse acerca de las verdaderas causas de la felicidad (las que no están en el diccionario)

La zona de confort es un espacio genial para cuando nos pongamos viejitos y no queramos ir más allá de las rutinas de hacer las compras del día, ir a la farmacia o pedir un turno con el médico. Ya bastante desafío será saber que nos quedan unos pocos calendarios por desplumar. ¿Viviré 5 años más? ¿Quizás 10? ¿Cómo será vivir esas preguntas y el vértigo de vislumbrar la llegada al borde de la vida? ¡Lo único que querremos será mantener el statu quo!

Para el resto de nosotros que nos creemos que 20 o 30 años es mucho tiempo, más nos vale practicar enamorarnos de lo que juzgamos incómodo, injusto o esforzado, ya que en ese movimiento aprendemos a ser flexibles, a abrirnos y confiar en lo que nos traiga la próxima ola.

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