top of page

Cuando mi mamá se quedó


¿Y si vuelvo a escribir? Desde que la internaron a mi mamá me divorcié de la escritura. Como si me hubiesen aislado en cuarentena y todo empezara a andar en declive: el trabajo, la salud, la alegría, la esperanza. Antes del accidente ella estuvo rara, demasiado preocupada por todo y obsesionada por que encontremos un día para juntarnos en familia. Cada traba la enfurecía y me echaba la culpa - o al menos yo sentía que me la echaba. Un día me hizo enojar, y me dije: listo, no te llamo más. Pero pasaron dos días y me dio cosa. Traté de pasar por alto el incidente y el jueves me obligué a llamarla. Y ya no la escuché bien. El brazo le seguía doliendo, y no dormía. Al día siguiente volví a llamarla y ahí fue de lo más raro: tenía la voz tomada, como gangosa y espesa. Le pregunté si estaba bien y me dijo más o menos. Para ella era como decir estoy horrible. Entonces le dije que apenas terminara de trabajar me iba para allá.

Cuando llegamos el panorama era siniestro. Ella en la cama con la cabeza deformada por un chichón enorme negro violeta espantoso. El ojo de ese lado agrandado y de color rubí. Sangre en el piso al lado de la cama, salpicando el placard y más lejos el baño, ya con rojos secos y espesos. Ella confusa y perdida. ¿Qué te pasó?, le decíamos intentando parecer calmos y ella no entendía. Llamé a mi hermano mientras buscaba desesperadamente el teléfono de emergencias de la obra social. Mi hija le tomaba la mano y le hablaba con una parsimonia de monja dando la extremaunción. Yo temblaba sintiendo que se me esfumaban las piernas y que el estómago se paralizaba. Ella quería levantarse para ir al baño a cada rato. Yo la acompañaba. Sangre por todos lados que parecía no ver. Me senté en el piso al lado del bidet y creí que en cualquier momento vomitaba. Me paré para probar algo que me calmara, y salí del baño diciéndole que cualquier cosa me llame. ¿Cualquier cosa? Tomé aire afuera. Afuera era el mismo aire, pero salir me tranquilizó. Ella quiso volver a la cama, por suerte, y al rato llegó la ambulancia. Un alivio ver gente vestida de azul con instrumentos colgados del cuello. Hablaban fuerte rompiendo el aire nocturno. Nos preguntaron qué había pasado. No sabíamos qué decir y yo me sentía culpable de no saber. Casi les grito: ¡yo acabo de llegar, igual que Uds.! ¡Qué se yo que pasó! Culpable de que mi mamá se hubiese caído sin más fuerzas para seguir con sus adoradas rutinas. Culpable de haberla peleado ese día en el teléfono. Me dije que si se llegaba a morir, jamás me lo perdonaría.

Y si vuelvo a escribir, capaz debería contar de esa noche en la guardia con el nuevo novio de mi hija que nos hizo pata como un duque. Esa madrugada eterna esperando que le asignen un cuarto y un diagnóstico sentados en la escalera helada. Y luego la doctora oriental, que dijo algo de un ACV y me volvieron las ganas de vomitar. Y mi hija que se fue a sentar y dijo que le había bajado la presión y nadie la miró porque la imbécil de la médica seguía hablando del ACV inexistente. ¿Y después?, se me borra: ¿nos fuimos a dormir? Si, seguramente. Y el día siguiente fue el primero de los cincuenta días de curar las preexistencias y enfermar el equilibrio.

Y si vuelvo a escribir también contaría de una semana en que mi mamá realmente disfrutó de la internación. Dijo que no quería volver a la casa ya que era bárbaro tener a todos los médicos que venían a ella sin necesidad de pedir turnos o esperar en un consultorio. Estudios a pedir de boca, y comida como en un hotel cinco estrellas. Me puse contenta pero también triste de que mi mamá nunca hubiese conocido un cinco estrellas de verdad. La comida le parecía exquisita. Las enfermeras, monjas de retiro. Los médicos, kinesiólogos y radiólogos, ángeles iluminados que venían a cuidarla y protegerla.

Después empezó a pasar que mi mamá se confundía mal. A las 12 del mediodía era capaz de preguntar cuando le traerían la cena para poder irse a dormir. Y yo le mostraba la ventana con la luz aún radiante de la mañana, pero eso no le significaba nada. Y ella me miraba a mí y a la ventana, sin entender. O me preguntaba todo el tiempo: ¿y entonces, que me tienen que hacer ahora? Y yo repetía: una placa de tórax, o una ecografía abdominal. Inútilmente repetí cada frase infinidad de veces. El poder enfermante de las prácticas curativas. ¿Qué diría Hipócrates?

También si vuelvo a escribir me acordaría de cuando nos avisaban que a la noche había intentado sacarse la vía, o de la vez que quiso ir al baño sola y se cayó resbalándose con el agüita del suero que desprendida corría cama abajo en catarata hospitalaria. Es bastante loca mi vieja, si lo pienso. Una noche, como la enfermera se demoraba en venir, no hizo caso con eso de que tenía que pedir ayuda para bajarse de la cama, y terminaron atándola. Nos indignamos y protestamos, pero el médico dijo que no le diéramos tanta trascendencia.

Y si vuelvo a escribir también tendría que poner que ahora es un momento de abismo silencioso. Ella ya está en su casa con una señora con cama, quiero decir una señora que está siempre atada a ella. No se muy bien por qué, pero mi mamá hoy por hoy tiene que usar pañales; es como que se olvidó como es sentir las ganas de ir al baño.

Hoy cuando le pregunté como estaba su día me dijo: un día más. A mi no me parece que después de todo lo que pasó hoy pueda ser un día más. Porque ayer yo no la podía llamar a cualquier hora y charlar o pelear, o ella a mi. Yo entiendo que es un bajón todo lo que le pasó, pero lo cierto es que hoy perfectamente podría estar bajo tierra, o en las nubes, o como sea que ella piense la muerte. Pero no le quise decir nada porque era para discutir, y en el abismo silencioso no da para eso. En un abismo así uno no sabe qué hay más arriba o más abajo o más adelante o más atrás. No hay nada, o capaz hay todo. Si vuelvo a escribir, escribir sobre el abismo silencioso sería copado.

Epílogo:

Hoy, cinco años después, mi mamá está hecha una piba. Hace dos meses cumplió 80. Sigue trabajando y acaba de empezar un taller sobre Borges. Ahora, aunque sus palabras duras me ofendan, no dejo pasar dos días para llamarla. Solo una noche. Y estoy reconsiderando que quizás tres minutos alcancen.

BÚSQUEDA POR TAGS:

© 2023 por Terapia       Creado con Wix.com

  • b-facebook
  • Instagram Black Round
bottom of page