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Nos sentimos ansiosos, solos, frustrados, gordos, temerosos, con insomnio, un fracaso. Tenemos problemas. Problemas de pareja, problemas con los hijos, con los padres, con el jefe, con los amigos, con los enemigos… Arreglamos un problema y aparecen tres más. Hay años especialmente complicados. Años en que nos enfermamos, o que nos caemos en la calle, nos echan del trabajo, nos roban, nos abandonan, o en que nadie nos entiende.
Vos tendrías que hacer Terapia, nos dicen. No puede ser que te pasen tantas cosas. Para mí que vos atraés los problemas. Vos tenés una adicción a los problemas. Los buscás. Te auto-castigás. Tenés que ser más positivo, meditar, soltar, relajarte más. ¿No ves que dicen que la mente crea la realidad? Si estás todo el día tan negativo, te van a pasar cosas negativas. ¡Te vas terminar enfermando! Me estás preocupando.
¿Y cómo no voy a estar mal? Nadie me entiende…
Los problemas tienen causas que puede ser que no conozcamos, y tienen consecuencias que pueden ser el origen de nuevos problemas. Los problemas pueden ser un continuo interminable en nuestra vida. ¿Cómo cortar la mala racha? ¿Cómo vivir mejor?
Empecemos por el principio: El problema mayor es llamar problemas a los problemas. Una terapia debería ayudar a revisar a qué llamamos problema. ¿Qué quiere decir problema? ¿Problema es algo que se interpone entre lo que yo quisiera que pase y lo que pasa en realidad? ¿La terapia es para solucionar problemas? ¿Es para conseguir que las cosas sean como yo quisiera? ¿Es para conseguir una opinión o un consejo sobre cómo eliminar el problema?
Al buscar la definición de problema encontré: situación de difícil solución. Y en sinónimos: dificultad, desafío, pregunta, duda, dilema, disgusto, contrariedad, impedimento, obstáculo.
Una terapia debería ayudarnos a mirar el drama desde una perspectiva más abarcadora, más amplia y espaciosa. La pregunta tiene el potencial de transformar al problema en una cuestión interesante. Cuando le hacemos una pregunta al problema, el espacio en donde el problema vive se agranda. Una terapia es un gran espacio para hacer/se preguntas. Decir tengo una pregunta, es un camino tanto más atractivo para explorar un problema. Tengo muchas preguntas. Me doy cuenta que ya no sé cómo. Quiero aprender a.
Tengo una paciente que suele ocupar gran parte de su sesión descargando sus problemas y disgustos laborales. No me deja que la interrumpa, y me dice: una cosita más, solo te cuento una cosita más. Necesita mucho ser escuchada. Entonces yo la escucho, aunque verdaderamente entiendo que la catarsis como catarsis ya no la ayuda. El consultorio como basurero no es algo recomendable para nadie, especialmente si hace más de un año que hacés terapia. Pero ella está empacada en seguir protestando y en usar el tiempo de la sesión para eso. Hace poco, luego de escucharla atentamente durante largo rato, le dije: ¿Y cuál es tu pregunta? Ella hizo silencio, y paró por fin a considerar qué era lo que quería saber, y para qué me estaba contando todo eso. Y esa fue una parte importante de lo que sucedió. Preguntarse, preguntar al problema. ¿Qué necesito aprender? Hacia el final, la paciente me dijo que quiere saber qué va a pasar con ella, qué decisiones necesita tomar. Y la conversación se transformó por completo desde la protesta a la responsabilidad por su futuro.
Necesitamos reflexionar acerca de la idea de que un problema es algo que debe corregirse. ¿Vos querés decir que una terapia debería ayudarnos a aceptar? Si claro, pero no es eso lo que quiero decir ahora. Es que cuando miramos las cosas en perspectiva, puede que nos demos cuenta que nuestra vida está bastante bien. Esto no quiere decir que no existan asuntos para mejorar, pero una terapia debería ayudarnos a apreciar nuestra vida. Al menos apreciar nuestros logros, abrir la mirada y valorar el lugar de dónde venimos. En qué circunstancias empezamos y qué recursos hemos desarrollado hasta ahora para surfear las olas y vaivenes de nuestra existencia. Una terapia debería ayudarnos a valorar y evaluar cómo queremos seguir.
Cada vez que partimos del aprecio, el supuesto problema que tenemos se redimensiona. ¿Podemos mirar nuestros problemas con amor? ¿Podemos vislumbrar que tras el rechazo que sentimos por los obstáculos, existe un arremangarse y encontrar fuerzas para que al final resulte bien? Y si en ese camino crecemos, mejoramos y valoramos quienes somos, los problemas son una puerta, un portal. Los problemas son una vía fantástica para desarrollar confianza, fuerza, valor y coraje. Quizás lleguemos a la terapia por un problema (o varios) pero el trabajo se despliega por lugares que muchas veces hacen que terminemos agradeciendo a los problemas. Son los problemas los que te ayudan a madurar, a aprender, a tener más fuerza y más confianza.
¿Problemas? Sí, claro, estemos listos para encontrarnos con problemas en cada esquina. No terminan nunca. El problema es justamente ese: creer que si hacemos terapia, o meditamos, o conseguimos un trabajo mejor, o una pareja, o un hijo, los problemas van a terminar. Pero eso no pasa. Tenemos que sacarnos de la cabeza la idea de: si solo consiguiera resolver tal cosa, mi vida estaría finalmente bien. Es justamente esa idea la que trae problemas. La vida misma en su fluir y movimiento, naturalmente trae obstáculos y cambios de planes. Problemas, preguntas, dilemas, paradojas, desafíos, dudas, preocupaciones, dificultades, y más preguntas que idealmente nos despiertan el interés en el proceso mismo de vivir.
Los problemas centrales en una terapia – al menos en el enfoque que yo practico- deberían ser los problemas del pasado que se entremezclan con problemas del presente. Viejos temas que no se quieren ir de nuestra vida, y que no se van a ir hasta que no los miremos amorosamente. Son esos los problemas que nos obligan a decir ¿Otra vez sopa? ¡Pero yo ya estuve años en mi otra Terapia con esto! Temas viejos y familiares que se disfrazan con nuevos personajes.
Quizás a los demás, nuestras reacciones emocionales les resulten exageradas o locas, pero para nosotros el problema es muy real. Muchas veces, la emoción subyacente básica es el miedo, y se siente horrible. Una terapia que nos invite a remontarnos corriente abajo, hacia las raíces mismas de nuestras sensaciones ‘exageradas’ y recurrentes de miedo, abandono, aislamiento, carencia, inseguridad, ahogo o desconfianza. Una terapia así puede ser una aventura interesante y prometedora. Una terapia que no se base en la catarsis, que no revuelve el pasado, sino que lo visita, amable y amorosamente para hacer algo que nunca nadie hizo: preguntarte sin juzgar, sin culpar y sin avergonzar qué te anda pasando.