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Amigarse con el agua.


...El miedo no es tan feo si está habilitado y habitado, y se comunica como puede con vos...

Mi amistad con el agua se ha ido consolidando. ¿Se acuerdan de mi anhelo silencioso de hamacarme en ella con confianza? Lo estoy logrando (estoy casi susurrando, para no deshacer la magia)

Apenas unos días después de haber escrito acerca de mi viejo miedo al agua, y repasar las complejas circunstancias en las que se armó, tomé coraje para enfrentar todo ese paquete.

Me fui al Club Deportivo y Social del barrio, y tuve la siguiente conversación:

  • ¿Acá dan clases de natación para adultos principiantes?

  • ¿Con miedo? – me contestó con otra pregunta la secretaria.

Me costó creer que me sacara la ficha tan pronto.

  • Si, si – dije temblando.

  • Martes y jueves a las 9:00 hs, con Gustavo.

Y ahí nomás me anoté; completé la ficha médica, me compré la malla anticloro, la gorra y las antiparras. Gustavo resultó ser el maestro ideal para mí.

Después de tres meses de clases de natación ¡hoy fui por primera vez a lo hondo! Era inevitable que esa experiencia llegara, y vino en el timing perfecto. Durante esa clase habíamos estado practicando el movernos boca arriba y girar boca abajo, y girar nuevamente boca arriba. Así, largo rato contando cuatro respiraciones para un lado, y cuatro para el otro. Vuelta y vuelta como un pollo al spiedo.

Progresé un montón con ese ejercicio que aún me resulta algo tortuoso cuando el agua me entra en el oído, y peor aún cuando hace de las suyas en la nariz… (hay un agüita que queda en las narinas y que vuelve a entrar si no soplo fuerte hacia afuera)

Ya aprendí a respirar y a moverme en pecho, pero la práctica central de la clase es crol, con su incómoda respiración de costado. Gané mucha confianza en el agua durante estos meses y empecé a disfrutarlo, con la salvedad de esa precaución con la línea negra que enseguida se hace roja avisando el final de la zona de hacer pié. Esa frontera penosa de allá y acá.

El día llegó y el profe nos avisó amablemente que nos iríamos a mover por el borde hacia lo hondo. También nos mostró que a lo largo de esa pared, hay un escalón donde uno cómodamente puede apoyarse y hacer pié. Ahí mismo me aferro y comienzo la caminata hacia una experiencia nueva que me asusta bastante, por cierto. Mi propia risa nerviosa, contrarrestada por la calma y la actitud amorosa de Gustavo, me permiten probar nuevos horizontes en el que mi miedo participa sin necesidad de disfrazarse. Mi vivencia negativa en la parte honda crece de a poco, montándose en sensaciones desagradables, apretadas y claustrofóbicas. Una de las cosas que me tranquiliza es sentir mi llanto hablándome desde adentro. El miedo no es tan feo si está habilitado y habitado, y se comunica como puede con vos.

Gustavo da una consigna para un ejercicio en lo hondo, y yo no puedo traducir en sentido sus palabras. Mi mente esta sorda de idiomas y mi cuerpo pelea por dar espacio al miedo en sus formas más puras: temblores, agitación cardíaca, y ganas de llorar. Lo que más me sirve es sentirme cuidada y acompañada, sabiendo que nada malo puede pasarme. En menos de un minuto todo el pasado puede sanarse si yo descanso no sólo en el agua sino en la experiencia del terror que tengo. Un terror calmo, un terror esperanzado, una plegaria de transformación. ¿Descansar en el terror? Pareciera una contradicción, pero no lo es.

Le pido a Gustavo que por favor me repita lo que hay que hacer ya que no estoy entendiendo. Me lo repite dos o tres veces, pero tengo que decirlo yo misma en mis propias palabras para finalmente comprenderlo. La consigna es bastante sencilla, pero mi agitación me perturba y me enrolla el pensamiento. Dar un saltito, empujarse apenas hacia atrás, soltarse del borde y acercarse nadando al borde nuevamente. Después viene nadar hacia el borde vecino, y finalmente nadar paralela al borde, desde lo hondo hacia la parte baja.

Al terminar me siento exultante, y le pido volver a hacerlo una vez más, a pesar de que el horario de la clase ya terminó. Entonces el me habla sonriendo, y me dice que estuvo excelente y que seguimos en la próxima. Tengo que reconocer que me parece una buena idea. La alegría también conviene beberla de a sorbitos.

La clase siguiente falto. Me duele un poco el oído. Pero eso es una excusa tonta. Me siento resistente a ir, ansiosa y evitativa. Me permito faltar y comprender las sobras del susto que me habían quedado, y mi necesidad de darme más tiempo. Pero hoy fui a recuperarla. ¿Y con que me encuentro? :Sorpresa, sorpresa, no vamos a lo hondo. ¡El miedo necesita cambio de planes y cero desafíos y exigencias!

Con el correr de la clase, extrañamente y sin darme cuenta estoy moviéndome en una zona en donde casi casi casi no hago pié. Tengo un segundo de mini estrés, lo cual no me impide pensar, sacar la cabeza para tomar aire, y nadar con confianza hacia la parte baja.

Por primera vez disfruto del ejercicio de moverme vuelta y vuelta de arriba a abajo y viceversa. Ya el agua en el oído no me desequilibra tanto, y los movimientos que hago para encontrar el balance, son más suaves y armónicos. Estoy contenta y practico eso de darme vuelta casi toda la clase, mientras Gustavo se dedica a una alumna nueva que no sabe nadar.

Me conmueve verme en ella. Me veo reflejada en ese estrés que yo misma tenía al comienzo. Aterrada inhalando, y probando exhalar metiendo apenas la cabeza dentro del agua. Las manos rígidas tomándose del borde o de la tabla. El ceño fruncido, los ojos tensos y la esperanza de dejar atrás décadas de limitaciones en el agua.

Mientras me ducho en el vestuario, conecto con todas las ideas desordenadas y mojadas de mi experiencia:

  • Tener un maestro cuidadoso y amable es OBLIGATORIO.

  • Si das manotazos o te movés bruscamente, te hundis.

  • Debido a la solidez y a la contracción, te hacés chiquito, apretado y te vas para abajo.

  • A más tensión, más lucha y más miedo.

  • Aunque lo intentes, es bien difícil irse al fondo.

  • Si te relajás, subís.

  • Es central aprender a respirar.

  • Tener un ritmo ayuda a avanzar.

  • Es aconsejable moverse como en un baile suave.

  • Al principio no vayas más allá de la línea roja. Cuidáte.

  • Si te movés relajadamente, el agua te sostiene.

  • La relajación te permite descansar en una fluidez liviana.

  • Descansar en y con el miedo puede resultar una experiencia reveladora.

  • A medida que te amigás con el agua, esa fluidez se hace calma y bella.

  • Es difícil relajarse a voluntad. Relajarse, es más bien una consecuencia de la confianza y de sentirte seguro.

  • Que te digan: “no tengas miedo”, no ayuda para nada. No podés no sentir algo que sentís. Lo que ayuda es que te entiendan y acompañen.

  • Estar en lo hondo es animarse a estar sin un piso.

  • Estar sin un piso asusta mucho (en una pileta, en un avión, en una transición, en una crisis, o en un día cualquiera)

  • Amigarse con el agua empieza por amigarse con uno mismo.

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