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Presentación de mi libro. Un adelanto para empezar a saborear.


Dijo Marina Yuszczuk:

" ...La maternidad, el vinculo y las diferencias generacionales con los propios padres, el divorcio, la perdida del amor, la búsqueda del éxito laboral y por sobre todas las cosas, de un mínimo de bienestar para ella y los suyos, son algunas de las cuestiones que despliega Que de todo esto venga algo bueno, testimonio también de un mundo en el que a las mujeres se les exige que se ocupen, ante todo, de los otros. Rosa Goldenberg se expone como psicóloga, como madre e hija, esposa y ex, como persona, en un texto conmovedor que es guiado como su titulo lo indica, por un cálido optimismo, y que nos permite asistir al mismo tiempo al nacimiento de una escritora".

...Hace treinta y cinco años que soy psicóloga. Cuando empecé la carrera la enfermedad mental meaterrorizaba, pero nunca lo hablaba en terapia. Al conversar con compañeros de la facultad, en laépoca en que estaba rindiendo la reválida, cuando ellos decían que lo que más querían era entrara trabajar al Hospital Borda, yo me quedaba muda. Simplemente quería atender a gente común.Me acuerdo de una vez, debía tener unos veinte años: una joven lloraba desconsolada y a viva vozen el colectivo. Todos los pasajeros hacían como que no pasaba nada y seguramente pensaríanqué loca que está, o simplemente seguirían con sus vidas como si nada. Yo me congelé. Mehubiera bajado y empezado a correr hasta llegar a mi casa y encerrarme en mi cuarto. Todos lospensamientos a punto de explotar dentro de mi cabeza, apretándose como en una avalanchadonde ya casi no había aire. También me asustaban los borrachos, los epilépticos, la gente quevive en la calle, los que se descomponen de la nada en cualquier lugar y los cuadripléjicos. ¿Cómoiría a arreglarme?Los libros de casos clínicos me atrapaban. Me encantaba ir a la biblioteca de la Universidad deMassachusetts en Boston, donde estudié psicología, instalarme en unos sillones azules cuadradosy leer vorazmente los casos de las revistas de la Psychoanalytical Society. Gente que no podíaparar de lavarse las manos o que se lastimaba limándose los muslos hasta sangrar, con tal desentir algo.Cuando me recibí en EEUU, me anoté en una pasantía de seis meses en un Hospital de Día al quellamaban Halfway House, una especie de Hogar de Tránsito entre la internación psiquiátrica y lavida independiente, que casi nunca llegaba. Mi rol era el de acompañante terapéutica: a vecesjugaba a las cartas, al ajedrez, o preparábamos plantines y brotes con los pacientes, que luegotrasplantábamos al jardincito de atrás. Me costaba estar, pero tenía la esperanza de que con eltiempo se me pasaría esa ansiedad que no me dejaba relajarme, interactuar y aprender. Cuandomi residencia terminó me ofrecieron una posición full time, bien paga, que rechacé sin pensar. Esque me arreglaba muy bien para parecer psicóloga. Sabía cómo ocultar mi terror, invisible desdeafuera. Solo yo, y hasta ahí nomás, me daba cuenta de todas las maniobras en las que estabaatrapada.Es que si bien era un trabajo, yo me sugestionaba en ese lugar tenebroso que perfectamentepodía ser el escenario de una novela: una casa en los suburbios no aristocráticos de Boston, deestilo gótico y cementerioso. Una lápida en medio de la ciudad. Jardín de paz. Enfermos demuerte, de languidez, de miedo, y estanques de olor fétido. Camisas de blancos gastados y cuellosraídos. Mantitas azules tejidas de punto abierto y suelto. Hay una guardia de 48 horas en la quequedás a cargo de los locos y solo tenés un psiquiatra al que podés llamar en caso de urgencia.Desconozco si el psiquiatra existe, o si es un ente del tipo: si necesita una ambulancia digite 1,medicación 2, procedimiento ante el corte de venas 3, o aguarde y será atendido.En la mitad de una noche en la que afuera nieva a -25º, en el cuarto azul lavanda de una casonapoblada de fantasmas, un loco gime en pijama llamando a su mamá.Al terminar la residencia yo misma promoví la vuelta a Argentina, un país en el que los psicólogospodemos dedicarnos a atender a gente neurótica común evitando el mundo coagulado de laenfermedad mental, el más grande dolor humano.Cinco años después tenía dos hijas, y cuando quise ver qué estaba haciendo ya eran casiadolescentes. Y ahí, los errores que ya había cometido, o los que había cometido el padre, o quiensea, a sabiendas o sin saberlo, no importa, todas las equivocaciones, eran mías. No es que crea deverdad que las madres tenemos la culpa de todo lo que les pasa a nuestros hijos, pero todo estátan programado para que así lo creamos que la vergüenza me habla por dentro todavía.En el medio hubo muchas aventuras, no sé qué otra palabra usar. Y las aventuras siguieron.Aventuras que me llevaron a escribir para no olvidarme cómo entender la locura, e intentarconvertirme en una mamá más o menos normal y una psicóloga algo más sabia.Esto es también lo que me hubiera gustado leer en mis noches de desvelo y mis días blancos desoledad...

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