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Gracias Thay


Ayer partió Thich Nhat Hanh (11/10/1926 – 22/01/2022). Seguramente ya lo sabían. La ceremonia de despedida fue transmitida en directo desde Vietnam- lugar donde nació y murió- y desde Francia, lugar de la comunidad que fundó.

Pude seguir las instancias de la ceremonia por You Tube. Los rezos, los cantos, las postraciones, las ofrendas… Una oportunidad para mí, de presenciar un ritual y la veneración de cientos de monjes y discípulos honrando a uno de los maestros ejemplares de estos tiempos. Qué afortunados los que estuvieron cerca suyo.

Yo tuve la suerte de conocer a un puñado de maestros vivos que me han inspirado y me siguen inspirando con su ejemplo, sus enseñanzas, sus palabras y sobretodo sus acciones. No se cómo habrá sido el mundo hace 300 o 400 años, pero hoy no contamos con muchos ejemplos.

Tengo la suerte de tener un maestro vivo; no sé si está bien decir que es MI maestro. Digamos que cuento con una enseñanza viva cerca y un ejemplo inspirador. El Lama Tarthang Tulku. Y también tengo la suerte de haber conocido en persona a varios maestros. Puedo contarlos con los dedos de una mano y me siento muy muy afortunada por eso.

En todo esto hubo un asunto que me invitó a reflexionar: fue la vista del cuerpo de Thay. El cuerpo del muerto es un tabú en nuestra cultura. De hecho en la tradición judía, de la cual provengo, los velatorios se hacen siempre a cajón cerrado. ¿Por qué es que en Occidente no nos parece bien mostrar la imagen o la filmación de un muerto? Las morgues son asunto de la policía del crimen o de los estudiantes de medicina. El resto es morbo.

En las enseñanzas del budismo tradicional monástico, leí alguna vez que lo primero que les instruyen a los futuros monjes es que pasen tiempo con un moribundo.

Para entender de inmediato la muerte.

Para entender de inmediato la vida.

Gracias Thay. Gracias a su Sangha también.

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